Volvía a estar tirada en el césped, arrancándolo, pensando
que eso acabaría con todos mis “problemas”, que la inmensidad del tiempo me
dejaría tranquila y podría vivir sin que mi mente me recordara únicamente lo
triste que soy.
Pero no, no puedo sentirme más agobiada. ¿Sabéis esa
sensación de tener un nudo en la garganta que solo se apaga si lloras? Bueno,
pues yo lo tengo constantemente.
Un dolor insaciable, esa sensación de no encajar en ningún
sitio, de molestar a las únicas personas a las que pareces importarle.
Y seguía mirando al cielo, sin ni siquiera una nube. Una
inmensidad sin preocupaciones.
No entiendo por qué la gente se esmera tanto en buscar
formas en las nubes. Seré rara, yo las busco en las sombras. Llamarme oscura,
pero son mucho más interesantes. Y no me refiero a buscar en las que nos dan
miedo cuando somos pequeños, si no en las de cualquier cosa. Incluso tu propia
sombra esconde una realidad mucho más cercana a lo que eres. No se las da
importancia, pero engloban el magnetismo que hace que algo nos atraiga más o
menos.
Pero, ni siquiera las sombras me hacían sentir más viva. Lo
único que conseguía era sentirme más sola y olvidada.
Me agobia la gente y a la vez, en este momento, no aguanto
estar tan sola.
Entonces, llegan esas personas que solo te haban y te ayudan
por pena. Otras, que te importan tanto, que ni siquiera hablas demasiado con
ellas porque te da miedo molestarlas (aunque ni siquiera a ellos les importes)
y acaban desapareciendo. Luego están, con las que hablas de cosas insustanciales
y muy de vez en cuando. Y por último, las que únicamente te critican y a la vez
te copian.
Pero, todas ellas están en una constante y cercana lejanía.
No hay nadie en tu mundo cotidiano, todo lo haces sola y
eso, acaba cansando.
Por lo que, dejas de
hacer cualquier cosa, dejas de salir de tu casa, olvidas el mundo, y
acabas desesperada ante una realidad que no quieres.
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